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Sigo instalada en los "taitantos" y los abuelos siguen a hacer puñetas de aqui... Pero al menos el marido parece haber sentado el trasero, duermo algo por las noches y mi carrera laboral empieza a parecerse a algo. Lo que sigue siendo interesante es mi red de apoyo variopinta, internacional y virtual y las aventuras de la Superfamilia espero... Pasa y acomodate.

domingo, marzo 04, 2012

Pagando mis deudas como una buena PIIG

El juego de la historia (con un retraso historico jeje):

Una vez más, Teresa se acercó a la playa. Su cerebro era un hervidero de ideas, de sentimientos, toda ella estaba en una especie de nebulosa en la que no sabía qué hacer, cómo seguir... Sabía que era imposible, sabía que no tenía futuro, sabía que no podía ser. Pero a pesar de ello... su corazón la seguía empujando allí, hacia él. El era un ser humano maravilloso, amable, atento, detallista, y ella se sentía irremediablemente enamorada de él. No podía evitar pensar en él, aunque no quisiera. No podía controlarlo, era superior a sus fuerzas. Así que una vez más fue a la playa, donde sabía que él podría estar cerca, donde sabía que podría encontrarse con él y darle conversación hasta llevarle al terreno que ella quería. Quería decirle lo que sentía por él, que él lo supiera, aunque no pudieran estar juntos, porque pronto él se marcharía irremediablemente a tierras lejanas, tal vez para siempre. Caminaba con la cabeza baja, pensando qué hacer, qué decir si se lo encontraba, pensando si sería capaz de volver a enamorarse así de alguien. Cuando de repente, vio un brillo extraño en la arena que le llamó la atención. Se acercó al lugar de donde provenía el brillo y se agachó para poder cogerlo con sus manos. ¡Santo Cielo! ¡Era...!


¡Era la esclava de plata que un par de años antes le había regalado a su amado! No cabía duda de ello. No sólo podía reconocerla por aquella fina y elegante forma que tenía, sino que también porque yacía tan limpia como el día en que la compró, pues su amado cuidaba sus cosas y a las personas con una dulzura y una ternura inigualables, y porque en ella rezaba su nombre: Javier.

Por un breve momento, sobrevino por la cabeza de Teresa la terrorífica idea de que Javier hubiese tirado la esclava sobre la arena a propósito, con la intención de deshacerse de todo recuerdo de ella. Mas pronto desechó aquel pensamiento, pues no era la primera ocasión en que Javier perdía aquella esclava, y sabía ella que aquello no se debía a otra cosa más que a un desafortunado descuido.

Así pues, con el reluciente objeto en mano, Teresa prosiguió su camino para encontrarse con la persona a la que tanto amaba, pensando qué le iba a decir. Decidió finalmente que rompería el hielo haciéndole saber que había perdido la esclava, y pondría aquel fortuito suceso como excusa para justificar su encuentro.

No tardó mucho en hallarlo, y cuando lo hubo hecho, se paró en seco, a poca distancia de él. Un escalofrío recorrió todas y cada una de las pares de su bello cuerpo. Iba a declarar su amor a Javier y no sabía cómo hacerlo.

De pronto, su amado se dio la vuelta, percatándose así de su presencia. Con una sonrisa y saludando con la mano, Javier se aproximó a Teresa.


Ella, tras inspirar profundamente y con el pulso acelerado, solamente atinó a pronunciar una palabra de forma entrecortada:

-Ho... la...


─ Hola ─respondió él con desenfado─ ¿Qué tal estáis? ¿Y Andrés? Hace tiempo que no le veo.

─ Bien… ─alcanzó a responder intentando disimular su desconcierto. Escuchar el nombre de su marido de los labios del hombre del que estaba enamorada resultaba incómodo. Casi sacrílego.
De repente se vio a sí misma al borde de un precipicio. Los nervios le impedían pensar con claridad, pero al mismo tiempo sabía que no podía permanecer callada Ahora que lo tenía frente a frente no podía dejar pasar la oportunidad y dejar que se marchara.

─ Andrés está en casa, con los niños.

Su voz sonaba más firme de lo que ella habría esperado, pero algo distorsionada. Como de laboratorio.

─ He venido a dar un paseo, a relajarme un rato. A veces necesito un poco de tiempo para mí misma.

Aquella frase despertó el interés de Javier. Por primera vez, desde hacía varios meses, ella había abierto una pequeña grieta, le había mostrado una mínima parte de su intimidad. Aquella frase era una invitación cómplice a algo más que un puñado de palabras frías de compromiso.
Entonces Javier la miró a los ojos y volvió a ver a aquella mujer tímida que había conocido solo dos años antes. La misma mirada limpia. Los mismos labios carnosos que había besado en esa misma playa.
Se sintió viejo de repente. Cansado de huir, de dejarse llevar por la corriente. Estaba a punto de cumplir los cuarenta y tenía la sensación de que llevaba toda su vida boicoteándose a sí mismo.
Entonces, vio brillar entre los dedos de Teresa la esclava de plata. Y supo que las casualidades no existían. Aquello tenía que significar algo.

─¿Te apetece un helado? ─atinó a decir. Y señaló con su mano el paseo marítimo. Teresa sonrió con alivio.

Cruzaron la playa en silencio. De cuando en cuando Teresa lo miraba de reojo. Deseaba rozar sus dedos, sentir su olor cerca, pero al mismo tiempo era consciente de que no podía precipitarse al vacío. Tal vez aquella era su última carta, y debía jugarla con más cerebro que corazón.
Al llegar a la gelatería di Marco, él sujetó una de las sillas de mimbre mientras ella se sentaba. Teresa pensó que no debían quedar demasiados hombres en el mundo, capaces de tener ese tipo de gestos con tanta naturalidad, sin hacerla a una sentir incómoda. Sonrió. Tenía una luz especial en la mirada. Hacía siglos que no sentía esa mezcla de placer y nervios en el estómago.

De repente, el sonido de un claxon la devolvió a la realidad.


En mitad de la calle había un coche parado y su ocupante hacia señas en dirección hacía el sitio donde estaban. Se sorprendió un poco al ver que el destinatario de aquel diálogo mudo era Javier. El jóven, sobre unos veinte años, pelo moreno y aspecto pulcro y cuidado, señalaba su muñeca como haciendo referencia a un inexistente reloj de pulsera. Javier en un gesto seco, pareció pedir paciencia y el conductor se encogió de hombros y volvió a poner el coche en marcha alejándose por el paseo hasta perderse al llegar a la primera esquina.

Javier había reaccionado a la interrupción de un modo brusco, inusual en él y se había replegado en sí mismo. La magia del momento se había roto y en su lugar quedó un incómodo vacío en el cuál los dos pidieron sus helados al camarero y empezaron a consumirlos sin demasiadas ganas. Teresa no pudo reunir el valor para preguntar quién era esa persona, pero tampoco acertó a encontrar un tema de conversación que pudiera salvar la distancia entre los dos, que parecía expanderse con cada segundo que transcurría. ¿Cómo había podido ser tan ilusa y pensar que todo aquello que les había separado hace unos años iba a poder borrarse de un plumazo en tan poco tiempo? Los silencios, las ausencias, ese encerrarse en sí mismo que había puesto tantas veces fin a la relación...

Cuando había decidido retirarse después de terminar el helado, evitando cualquier tipo de desencuentro o discusion, Javier pareció tomar una decisión. Tomó aire y afirmó en tono firme:

- Hay algo que tengo que decirte.

Teresa sintió renacer por un momento sus esperanzas otra vez. Su corazón aceleró hasta el punto de sentir una pequeña opresión en el pecho, un escalofrío corriendo por su espalda hasta que las primeras palabras de él le pusieron un amargo freno:

- Voy a casarme.

Ella cerró los ojos. Los mantuvo cerrados un buen tiempo, tratando de calmarse en su interior, intentando contener las lágrimas que amenazaban con correr sin freno. Cuando por fin aquella voz interna que le acompañaba en sus peores ratos le dijo que era capaz de enfrentarse a todo, abrió los ojos... aún calmada, su voz le jugó una mala pasada quebrándose cuando contestó:

- Supongo que tengo que darte la enhorabuena, ¿no? ¿Y quién es la afortunada?

- Teresa, no hay... nunca ha habido otra mujer...

El significado de estas palabras le heló la sangre en las venas...


Misteriosa, Enrique, Paula, SW

Si alguien quiere saber de que va esto que mire aquí

9 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Oye, compa Superwoman, ¿y tú por qué no le ‘pegas’ más a esto? Que se te da fenomenal. Me ha gustado, y mucho. Así que ya sabes: como pedir es gratis, pido. Quiero más…

Un abrazo y buena semana.

Titajú dijo...

Contra alguien de mismo sexo se puede luchar, lo otro es imposible.
Y te lo digo desde la experiencia.

SuperWoman dijo...

Uf Tita... se me ocurren por lo menos cuatro variaciones de como puede seguir el cuento y la que tu dices es solo la mas evidente ;)
Un supersaludo

mamisepa dijo...

juro que retomaré el cuento y lo copiaré en mi blog, que si a ti te ha costado, lo mío es de juzgado de guardia... un día de estos, palabrita!!!

SuperWoman dijo...

Manuel, no se como tu comentario acabo en el cajon del spam... arreglado. Que conste que la parte buena de la historia no es mia, sino de los demas... y bueno, que algo hay, pero como siempre, necesitamos tiempo para desarrollarlo.
Un supersaludo

rozio dijo...

Quedamos en "modo escucha" ;-)

SuperWoman dijo...

No te apures, misteriosa, que ya me valia a mi... cuando Conchi de rienda suelta a su imaginacion, os cuento las cuatro posibles jugadas que se pasaron por mi mente al terminar de leer mi parte.
Rozio... si tuviera o tuviese tiempo...
Un supersaludo

Paula Martínez dijo...

¡Vaya! Has vuelto y yo estaba distraída. Me encanta como has continuado la historia, y lo abierto que has dejado el suspense. Da para mucho... tengo ganas de ver como sigue la cosa.

SuperWoman dijo...

Algo haces, Paula, que me consigues colar comentarios en las entradas antediluvianas sin que los tenga que moderar (es una manera de enterarme de que existan y colar el spam, la verdad sea dicha). Si, por mi salud mental, he vuelto, me alegro de haber vuelto y espero con impaciencia a ver como sigue Conchi la historia.
Un supersaludo

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